Viajar al interior de uno mismo

Muchas personas se acercan a la meditación con la intención de mejorar su salud, estar más relajadas y tener mayor bienestar y, ciertamente, puede ser un buen camino para comprender los verdaderos logros que nos puede aportar la práctica de la mente serena. Pero quedarse en eso, es quedarse en la orilla de un gran océano, el océano de la conciencia.

Tenemos ante nosotros un mundo inmenso en el que zambullirnos. Después podremos profundizar más o menos, pero ya estaremos inmersos en las aguas de la mente, de la mente serena; de la vida, de la vida serena.

Antes de nada, hay que considerar que aprender a meditar no lleva mucho tiempo, ni un especial esfuerzo; en realidad todos sabemos meditar de forma innata, lo hacemos todos los días consciente o inconscientemente. Si no fuese así no podríamos vivir. La mente necesita meditar. La meditación es como la respiración, sin respirar correctamente nuestra calidad de vida disminuye. Sin meditar asiduamente nuestra mente se encoje y la conciencia se oculta.

Pero ¿qué es meditación?

Respirar es meditación, si somos capaces de comprender que somos nosotros quienes respiramos, independientemente de cómo respiremos; observar es meditación, si somos capaces de comprender que somos nosotros quienes observamos, independientemente de qué observemos; mantener la atención serena es meditación, si somos capaces de comprender que la atención es una herramienta, no la meta de una mente serena, y que somos nosotros quienes estamos ahí fluyendo a través de la atención serena, independientemente de cuál sea el objeto de atención. Caminar es meditación si somos conscientes de que caminamos, de que estamos caminando, de que somos el que camina.

Esto es meditación, ésta es la práctica de la mente serena. Caminar, correr, estar sentado, hablando, amando… consciente, serenamente. Meditar es ser consciente de nosotros mismos; meditar es ser consciente de estar presente. Y no me refiero a estar en el presente, sino a estar presente en uno mismo, en el gozo de la propia presencia, más allá de lo que suceda.

Sentado en posición de loto, sentado con las piernas cruzadas, sentado en el taburete, de pie en la ventana, de pie en cualquier sitio, andando por el campo, caminando por la ciudad, consciente de lo que sucede, consciente de uno mismo, consciente de estar, consciente de ser… Esto es meditación. Esta es la práctica de la mente serena.

Al sumergirnos en la práctica de la mente serena, vamos comprendiendo que todo es meditación, que todo puede ser objeto de que estemos en estado de meditación, y sumergidos en ese río de la consciencia, en su suave transcurrir, mientras se van diluyendo en esas aguas tranquilas la ira, la frustración, el temor o lo ilusorio. Y poco a poco, vamos entrando en un estado donde la mente permanece en sí misma, sin obstáculos, sin tergiversación. Y entendemos que no se trata de tener una mente extraordinaria, sino de tener una mente normal, lo que es en sí realmente extraordinario.

Y gracias a la mente serena comprendemos que vivir es en sí una experiencia maravillosa, que no precisa más que saber que estamos vivos. Podemos creer que ya sabemos que lo estamos, pero ¿cuántas veces somos realmente conscientes de ello? Para saber si aún estamos vivos, podemos preguntarnos si tenemos tiempo para ofrecer algo que sea valioso a los demás, si tenemos tiempo para jugar y disfrutar con las cosas sencillas, si nos damos cuenta de los regalos que nos brinda la vida.

Uno de estos regalos es la práctica de la mente serena, que abarca los momentos de práctica deliberada y la que surge de forma espontánea y que nos da la auténtica medida del alcance que estamos logrando con nuestra mente. Sin premeditación, sin control, sin atención absorbente, surge nuestra verdadera esencia y, poco a poco, vamos siendo capaces de vivir cada momento conscientemente y en paz con nosotros mismos y con el mundo.

Cuando somos conscientes

Conforme avanzamos en nuestra práctica, vamos asumiendo que es nuestro compromiso con nosotros mismos ser conscientes de lo que decimos, de lo que hacemos, de lo que sentimos o de que respiramos cada vez que inspiramos y espiramos, sin atención forzada, de forma natural y abierta. Cuando practicamos la respiración consciente, vivimos serenamente. Cuando vivimos serenamente, somos conscientes; cuando somos conscientes, vivimos serenamente.

La práctica de la mente serena activa el inconsciente más profundo y acerca estas experiencias transcendentales al consciente. Y entonces surge la meditación natural: ser conscientes de lo que hacemos, de lo que vivimos sin necesidad de tener la atención focalizada en algo concreto.

Es fácil percatarse de que sobreesforzar la mente no conduce más que a hacer que ésta se cierre. Cualquiera puede comprobar que la atención sostenida sobre algo limita nuestra percepción. Sin embargo, una mente serena se expande y amplía la capacidad de percibir con más profundidad la realidad y a nosotros mismos como parte de ella, inmersos en ella, siendo ella. Entonces comprendemos que la mente no debe estar atenta, sino que simplemente hay que dejar que se pose sobre algo, incluso sobre sí misma, sin deseo, sin intención, ni propósito, ni objetivo o planificación; no esperamos un determinado resultado, simplemente estamos. Lo contrario sería una premeditación; es decir, anticipar lo que deseamos o esperamos que suceda, y éste es un callejón sin salida en el que podemos entrar al pretender lograr algo supuestamente beneficioso a través del pensamiento positivo e ilusorio.

Este es uno de los motivos por los que mucha gente abandona la meditación al creer que no avanza por su propia culpa, por no estar preparado y capacitado, pero, sencillamente, es porque no ha encontrado la práctica correcta que le permita avanzar gozosamente, ya que todos podemos aprender fácil e instantáneamente gracias a la práctica de la mente serena. Para finalizar veamos un sencillo ejemplo. Aunque podemos comprobar que una respiración lenta y profunda es muy beneficiosa, lo realmente importante no es que sea más o menos corta o larga, más o menos profunda, sino ser consciente de ella y de que somos nosotros quienes estamos presentes, en este momento, respirando.

Respiro, inhalo… exhalo… Inhalo, siento el aire entrando en mi interior, lentamente; percibo el aire dentro de mí. Exhalo, siento el aire saliendo de mi cuerpo, suavemente… Respiro… Sonrío… Medito…

RAÚL DE LA ROSA